Culta, inteligente y ambiciosa, Julia Domna puso todas sus cualidades al servicio del poder, por el que sacrificó incluso su sentimiento materno.
Septimio Severo, que reinó entre el 193 y el 211, fue le primer emperador romano que abandonó una concepción del poder entendido como deber y responsabilidad de actuar en el interés de todos, para abrazar los principios inspiradores de la monarquía absoluta de tipo oriental.
Al lado de Septimio Severo, una mujer inspiró y guió esta transformación, Julia Domna, nacida en Siria en el 158 d.C., en la ciudad de Emesa. Esta ciudad a parte de un gran centro comercial, era también (y valga la redundancia) el centro del culto del dios Sol, al que se adoraba bajo la forma de una piedra negra, un meteorito caído del cielo.
La piedra se llevaba en procesión y en torno a ésta se celebraban uniones simbólicas entre el dios y las fuerzas de la naturaleza, una especie de rito orgiástico. El culto era prerrogativa de una antigua familia de reyes-sacerdotes, parcialmente romanizada, que había asumido el cognomen de Bassus, transcripción de un termino sirio que significaba sacerdote.
Cuando las ciudades sirias obtuvieron la ciudadanía latina, esta familia fue agregada a la Gens Julia. La princesa, que asumió el nombre de Julia Domna (traducción del sirio martha, es decir, dueña), era una fiel adoradora del dios de su familia, y siguió siéndolo durante toda su vida.
Con su cultura, su aguda inteligencia y su notable belleza, como indican sus numerosos retratos,la princesa atrajo la atención de Septimio Severo cuando éste no era más que un simple comandante de legión.
Las bodas se celebraron en el 187 d.C., cuando Severo era procónsul de la Galia. El matrimonio fue el feliz encuentro entre dos mentes lúcidas, ambiciosas, dispuestas a luchar duramente por el poder. El emperador, bajo la influencia de Julia, se inició en los misterios del dios solar de Emesa.
Aunque algunos historiadores de la época describieron a la emperatriz como cristiana, es probable que su parcial tolerancia frente a la nueva religión se debiera a su interés general por el misticismo oriental, como lo demuestra la elección de la nodriza y del pedagogo de sus hijos Caracalla y Geta, de declarada fe cristiana. En realidad, la religiosidad de Julia Domna se caracterizaba por una propensión muy fuerte a la mezcla de elementos distintos extraídos de varias religiones.
Una vez obtenido el poder supremo, la familia imperial comenzó a presentarse a si misma como una dinastía divina. El emperador aparecía como el sol y Julia como la luna. Las monedas de la época la representan como madre de la patria, del Senado y de los soldados, como principio de riqueza, fecundidad y abundancia.
Las estatuas, la presentan bajo la apariencia de Venus, Juno, Diana o de las diosas orientales Tanit e Istar. En el 197, la familia imperial visitó Egipto; donde fue adorada por los sacerdotes, Julia como Isis y Severo como Osiris.
Julia Domna hizo construir en Roma una nueva casa impeiral, el Septizonio, en cuya fachada aparecían imágenes astrológicas y signos místicos. Pero en el palacio se estaba implantando la discordia y la infelicidad. Plautiano, compatriota de Severo, se enfrentó con Julia y con los sirios de su séquito. La controversia se transformó en desafío mortal.
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Septimio Severo |
Plautiano acusó a la emperatriz de infidelidad y, a pesar de que la investigación promovida por Septimio la exculpara, Julia hubo de refugiarse en Atenas, donde creó un salón literario frecuentado por los más importantes filósofos e intelectuales de la época. Con el apoyo del joven Caracalla, Julia regresó de su breve exilio y en el 205 logró, con una conjura palaciega, difamar a Plautiano, quien fue inmediatamente muerto por Caracalla y sus guardias.
Fue la venganza de la emperatriz, pero también el inicio de nuevas desventuras. La hostilidad entre Caracalla y Geta, sus dos hijos, se había transformado en odio abierto, y los padres habían intentado en vano reconciliarlos. En el 210, Caracalla atentó tanto contra la vida de su hermano como contra la de su padre, enfermo y adoleciente, que falleció en el 211 de muerte natural.
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Caracalla |
En la lucha entre ambos hermanos, el vencedor fue Caracalla, quien, mediante un engaño, logró que su madre convocara a Geta para luego asesinarlo entre sus brazos. Julia sufrió serias heridas, y aún nutriendo un odio profundo por su hijo mayor, nunca lo demostró.
La emperatriz, fiel a su papel divino y al poder antes que a sus sentimientos de madre, se transformó en una incansable administradora y secretaria imperial. Siguió a Caracalla en sus viajes hasta los confines más remotos del imperio. El joven emperador se complacía en imitar al gran Alejandro, comiendo con los soldados, marchando a pie y durmiendo con ellos. Julia se ocupaba de aspectos más concretos: pensaba y discutía las leyes, e intentaba hacer cuadrar los balances del estado, que se encontraban en crisis a causa de las pesadísimas cargas que suponían los caudales con los que su hijo sostenía el ejército.
Julia fue, tal vez, la autora principal de la Constitutio Antoniniana de civitate, con la que la ciudadanía romana se extendía a todos los habitantes del imperio; de este modo, según la versión de los opositores políticos de la familia, estos nuevos romanos se veían obligados a pagar nuevos y sustanciosos impuestos. Caracalla viajó y combatió en Alemania, en Retia, en Panonia, en la tierra de los Balcanes, posteriormente en Anatolia y en Egipto, y luego en el frente Oriental donde en el 214 las legiones se empeñaron en una extenuante y ruinosa campaña contra los partos.
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Recreación actual del aspecto que tendría Julia Domna |
También el favor de los soldados empezaba a disminuir. En el 216, Caracalla fue muerto en un complot urdido por Macrino, un viejo partidario de Plautiano que se había salvado de las "purgas" de Julia. Según el historiador griego Dión Casio, Julia que tenía por aquel entonces 65 años, padecía de cáncer de mama.
Cuando supo la noticia del asesinato de su hijo mayor, la emperatriz, después de años de lucha, se dio muerte. Acaso la Gran Anciana del imperio había presagiado la llegada, en los años venideros, de uno de los períodos más oscuros para el estado romano, en los que la propia idea del poder habría de ser casi completamente anulada por la anarquía militar.
FUENTE: El Maravilloso Mundo de la Arqueología - Personajes - Julia Domna - Planeta DeAgostini