La Revolución Bolchevique o Revolución de Octubre

 La entrada de Rusia en la Primera Guerra Mundial fue el comienzo de una larga época de desastres. Los muertos y heridos, las dificultades de abastecimiento en retaguardia y la incapacidad de los mandos del ejército para llevar a cabo una guerra moderna, combinados con el malestar social debido al hambre y a las condiciones de vida de gran parte del pueblo ruso que era predominantemente campesino y vivía casi en condiciones  feudales  resquebrajaron definitivamente la autoridad del zar, quien no fue capaz de ver las necesidades de un pueblo que ya no daba más.


La destitución del zar Nicolás II y el ascenso de Lenin

En marzo de 1917 (febrero en el calendario Juliano) la Duma destituyó a Nicolás II y trató de crear una república liberal burguesa. Sin embargo, el descontento por la prolongación de la guerra y la habilidad de los revolucionarios radicales llevaron al fracaso del reformista Alexandr Kerenski y a la toma del poder por Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, en noviembre de aquel año (Revolución de Octubre por la fecha en el Calendario Juliano).


La revolución, que había triunfado fácilmente en Petrogrado y Moscú, fue extendiéndose más lentamente al resto del país, gracias a las disposiciones del gobierno bolchevique para atraerse el favor del pueblo: el 8 de noviembre (26 de octubre según el Calendario Juliano), se publicaron dos decretos, uno de ellos denunciando los tratados secretos con las potencias aliadas y haciendo una urgente convocatoria de paz, y el otro expropiando las tierras de la iglesia y los grandes terratenientes en favor de los campesinos. Pocos días después se hizo lo mismo con las grandes empresas industriales. El 15 de noviembre se promulgó la Declaración de los Derechos de los Pueblos de Rusia, con la que se pretendía poner a favor de la revolución a los miembros de las nacionalidades no rusas del Imperio.

El tratado de Brest-Litovsk

El 22 de diciembre comenzaron en Brest-Litovsk las conversaciones de paz con las potencias centrales. En febrero del año siguiente fueron suspendidas las negociaciones. Pero una nueva ofensiva, ante la que el nuevo estado soviético fue incapaz de oponer resistencia, forzó a la firma de la paz, el 3 de marzo de 1918, en unas condiciones muy duras: el estado soviético hubo de renunciar a Curlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Finlandia, Ucrania y Besarabia. Con ello se aseguró una paz que sólo iba a durar unos pocos meses, pero que permitió reorganizar la producción industrial y el avituallamiento de las ciudades.

El 17 de julio de 1918 fue ejecutada la familia imperial y en el mismo mes se reunió el V Congreso de los Soviets, que elaboró la constitución de la República Socialista Federal Soviética Rusa.

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