ZENOBIA, LA REINA DE PALMIRA

Culta y ambiciosa, Zenobia desafió el poder de Roma en el intento de ensanchar hacia Oriente los confines de su imperio

La Última mirada de la reina Zenobia sobre Palmira (pintura de Herbert Gustave Schmalz 1888)

Las noticias sobre el ascenso al trono de Zenobia, son pocas e inciertas. La ciudad-oasis de Palmira, importante centro comercial y caravanero, en las márgenes occidentales del desierto sirio, en el 266 d.C., estaba en el apogeo de su esplendor cuando, tal como reproducen algunas fuentes literarias, la misma Zenobia urdió un complot en el cual perdió la vida su marido Odenat, rey de Palmira y general de gran valor, para convertirse así en la única detentadora del poder.


Ruinas de la ciudad de Palmira



Palmira, incorporada al Imperio Romano por Trajano en el 114 d.C., era ya desde hacía tiempo uno de los centros de tráfico comercial del cercano Oriente. Sobre ellos se fundaba el poder político de los oasis, encrucijada para los mercaderes que atravesaban el insidioso desierto de Siria.


Durante el reinado de Odenat, la ciudad extendió su control hasta Siria, Palestina, Mesopotamia y quizá Armenia. Sin embargo, hasta Zenobia Palmira no alcanzó el apogeo de su expansión territorial y de su esplendor artístico: las ruinas testimonian hoy la existencia de termas, templos y palacios de gran valor arquitectónico.

Zenobia dirigiéndose a sus soldados


La reina del desierto es recordada como mujer de cultura poco común: se cuenta que sabía hablar griego, latín y el egipcio antiguo, y que hombres de letras y filósofos griegos frecuentaban el círculo cultural fundado por ella. Pero su habilidad, contribuyó a hacer centrar su nombre en la historia.


Al año siguiente de su coronación ocurrida en el 267, se alió con los persas y, aprovechando las dificultades de Roma, comprometida en al frontera danubiana, se anexionó algunas provincias limítrofes pertenecientes al Imperio. Desde aquel momento tomó forma su sueño de extender los confines de su reino hacia Oriente.

En el 269, cayó también Egipto, y al noroeste Palmira llegó a controlar gran parte de la actual Turquía. La ambiciosa reina, envanecida por sus éxitos militares, hizo construir entonces un carro triunfal prefigurando su victoriosa entrada en Roma. Para el emperador Aureliano, ascendido al trono en el 270, la injerencia de Palmira se convirtió en uno de los principales problemas.

Las legiones partieron primero hacia Egipto, luego hacia el Asia Menor, y por doquier obtuvieron el apoyo de las poblaciones locales, cansadas de la opresiva política de la reina. Los enfrentamientos entre Aureliano y Zenobia se desarrollaron siempre en perjuicio de esta última, que se vió obligada a retirarse hacia Palmira. La reina huyó de la ciudad agotada por el asedio para pedir ayuda al rey de Persia desafiando el desierto a lomos de dromedario. Alcanzada por los romanos a orillas del Éufrates, fue hecha prisionera y mostrada a su pueblo ante los muros de la ciudad.

Zenobia ante el emperador Aureliano



Entonces Palmira cayó en manos de sus enemigos: los muros fueron destruidos y el saqueo de sus tesoros se convirtió en el premio para las exhaustas legiones. En Roma, Zenobia tuvo que sufrir una gran humillación: fue arrastrada, bajo el peso de sus joyas, para asistir al triunfo de Aureliano.


A pesar de las culpas que le achacan los historiadores, Zenobia se benefició de la indulgencia del emperador, que le perdonó la vida y le permitió asentarse en una villa cercana a Tívoli donde vivió sus últimos años como una matrona romana.



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