La roca de Masada, situada a unos 5km de la orilla occidental del mar Muerto, fue el escenario de uno de los episodios más dramáticos de la antigua historia hebrea y de la conquista romana de Oriente Próximo.

Ocupación romana
Los romanos habían ocupado la región palestina a mediados del siglo I a.C., derrocando a la dinastía de los macabeos. De todos modos, su dominio nunca fue tranquilo, por cuanto se sucedieron numerosas rebeliones de los judíos hasta que, en el 66 d.C., estalló la gran revuelta que, durante cuatro años, llevó la guerra a toda la región y en la que el ejército romano tuvo que empeñarse duramente. La rebelión judía fue aplacada por Tito, el futuro emperador, quien en el 70 d.C. conquistó Jerusalén, abandonándola al saqueo de sus soldados y destruyéndola por completo, sin salvar siquiera el templo, símbolo de la religión hebrea.

Para las victorias en tierras judías, Tito celebró en Roma, en el 71 d.C., un gran triunfo, exhibiendo a sus conciudadanos incluso los objetos sagrados del templo de Jerusalén.
La rebelión judía
En realidad, cuando Tito celebró su triunfo, no toda Palestina estaba conquistada. Un millar de rebeldes resistían todavía encerrados en la fortaleza de Masada. Este grupo de judíos se había adueñado del bastión en el 66 d.C., expulsando a la guarnición romana y permaneciendo allí durante todo el período de la revuelta judía.
En el 72 d.C., el gobernador romano de Palestina, Flavio Silva, decidió eliminar este bastión de la resistencia y marchó hacia Masada con la X Legión.
Flavio Silva asedió la colina de Masada, de unos 300 m de altura, protegida por todos los lados por paredes rocosas verticales. Silva hizo construir alrededor de la roca un muro con once torres y ocho campos atrincherados, cuyos restos siguen siendo visibles todavía en la actualidad, para impedir la fuga de los asediados.

Partiendo de un espolón rocoso situado cerca del acceso occidental a la fortaleza, no lejos del campamento principal, el gobernador hizo construir una altísima rampa de tierra batida y de piedra, que aún hoy es el acceso principal de Masada y desde la cual le fue posible atacar la ciudadela. Mientras que desde una torre de madera colocada sobre la rampa algunos soldados romanos atacaban a los sitiados con lanzamientos de piedras efectuados por las catapultas, desde abajo, otros soldados con ariete intentaban derribar los muros. Los sitiados intentaron defenderse del ataque reforzando los bastiones por un terraplén sostenido por una estructura de madera, pero los romanos, lo incendiaron arrojándole flechas con fuego. El incendio se propagó, gracias al viento favorable, hasta el interior de la fortaleza. Tras verse perdidos, los ocupantes decidieron, por sugerencia de su comandante Eleazar, quitarse la vida para no caer con sus familias en manos de los romanos.

"Cuando se encontraron frente a esta gran cantidad de cadáveres tendidos, no se mostraron exultantes por haber aniquilado al enemigo, sino que experimentaron admiración por el noble propósito y por el desprecio de la muerte con la que esta multitud había actuado". Con estas palabras, el historiador judío Flavio Josefo, inicialmente jefe de la resistencia hebrea y posteriormente partidario de la política de los emperadores Vespasiano y Tito, narra la profunda impresión que suscitó en los romanos el suicidio en masa de la totalidad de los ciudadanos de Masada.
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