LA ANÁBASIS DE JENOFONTE Y LA EXPEDICIÓN DE LOS 10000

Ateniense de nacimiento, espartano de corazón

Jenofonte, nació en Atenas en torno al año 430 a. C.; de familia rica y aristocrática, siempre se vio atraído por la severidad de las costumbres y la educación espartanas.

En su juventud, Jenofonte pudo dedicarse a la equitación y a la filosofía, en este ambiente fue donde conoció a Sócrates del que fue discípulo durante algún tiempo.


Jenofonte



La Anábasis

Pero vamos por partes, anábasis significa "remontada", "expedición desde las costas hasta el interior". Éste es el título de la obra autobiográfica que Jenofonte escribió, probablemente cuando era joven, para narrar su aventura en un cuerpo de mercenarios griegos en tierra persa.

La Anábasis está considerada unánimemente como una obra vivaz, caracterizada por una narración nítida y simple. En la antigüedad fue muy admirada, y constituyó el modelo para numerosas obras de mismo género.

Mapa de la Expedición de los 10000


La Expedición de los 10.000

El espíritu aventurero de Jenofonte, hizo que abandonara la filosofía para seguir los pasos de su amigo Proxenios el beocio y enrolarse como mercenario en el ejército del príncipe persa Ciro el Joven.

Con este ejército, que fue conocido como de los Diez Mil, Ciro, el hijo menor de Darío II, pretendía destronar a su hermano Artajerjes II. Éste había accedido al trono a la muerte de su padre, contra la voluntad de su madre Parisatis, que se había declarado favorable al hijo menor.

La expedición, en la que participaron muchos mercenarios griegos y que fue apoyada por Esparta, tuvo un desenlace desastroso debido a la muerte de Ciro en la batalla de Cunaxa en el 401 a.C. y la difícil retirada del contingente de Jenofonte a través de la meseta armenia.

La Batalla de Cunaxa 401 a.C. (Jean Adrien Guignet)


Dado que los estrategas griegos habían muerto a manos de Artajerjes, Jenofonte asumió el mando de sus compatriotas y logró llevarlos a salvo después de una larga y heroica marcha. Los griegos remontaron las orillas del Tigris, recorrieron luego los desfiladeros montañosos y las mesetas de Armenia, y lograron ponerse a salvo alcanzando finalmente las costas del Ponto, para unirse en Trebisonda a las tropas espartanas comandadas por Tibrón.




FUENTE: El maravilloso mundo de la Arqueología - Personajes - Jenofonte




GONZALO FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA: EL GRAN CAPITÁN

Estratega genial, conquistó para la monarquía española el reino de Nápoles. Pero Fernando el Católico, recelando de su poder, lo condenó al retiro.

Gonzalo Fernández de Córdoba nació en 1453 en el castillo de Aguilar, en Montilla (Córdoba). Su padre, un caballero de la frontera con Granada murió cuando Gonzalo solo tenía 2 años.

El Gran Capitán: Óleo de Eduardo Carrió, siglo XIX. Instituto de España. Madrid


A los 12 años fue nombrado paje del hermanastro de Enrique IV,el infante don Alfonso. Esto parecía una buena apuesta para el futuro de Gonzalo ya que don Alfonso fue proclamado heredero del trono en 1464 y coronado un año después en lugar de Enrique IV. Pero todo se truncó con la prematura muerte del príncipe en 1468.

Ocho años después entraba al servicio de los Reyes Católicos, y en la guerra contra el reino de Granada (1482-1492) se distinguió por su audacia y astucia militar, pero también por sus habilidades diplomáticas, ya que por su amistad con el rey granadino Boabdil y su conocimiento del árabe fue él quien negoció las capitulaciones de la ciudad y el reino.

Rendición de Granada por Francisco Padilla y Ortiz


Al termino de la guerra , Gonzalo se retiró a Illora, donde se dedicó a acrecentar su fortuna y llevó una vida fastuosa y refinada; pero su deseo era retornar al primer plano militar y político.

La oportunidad se le presentó en 1495, cuando Isabel la Católica lo envió a Italia para liderar la lucha contra los ejércitos invasores del francés Carlos VIII.

Su brillante campaña y su exitosa renovación del arte de la guerra, basada en la movilidad de sus cuadros de infantes, le valieron el título de Gran Capitán y así fue llamado tanto por sus soldados como por sus enemigos.

Su carrera y capacidad política hicieron que en 1496 Ferrante II de Nápoles lo nombrara gobernador de varias ciudades de Calabria, y lugarteniente suyo en toda la provincia.

El Gran Capitán ante el papa Alejandro VI


Tras acudir a Roma en auxilio del papa Alejandro VI, en 1498 vuelve a España, donde los Reyes Católicos le dispensaron una recepción triunfal en Zaragoza.

Tras la conquista de Cefalonia por los otomanos en 1500 y por su amenaza de avanzar sobre Venecia, el dogo de la república y Alejandro VI pidieron ayuda a los Reyes Católicos, entrando en escena nuevamente el Gran Capitán quien al año siguiente expulsó a los turcos y liberó la navegación cristiana en el Adriático.

Debido a su exitosa campaña, los Reyes Católicos lo ascendieron al rango de Lugarteniente de Apulia y Calabria.

Tras reanudarse en 1502 la guerra entre España y Francia por la posesión de Nápoles, Fernado Gónzales vuelve a mostrar sus dotes y genio militar dando vuelta el conflicto a su favor con las victorias de Seminara y Ceriñola (1503) y una nueva victoria en el río Garellano terminó por consolidar su enorme reputación. Obligó a los franceses a capitular en Gaeta, a abandonar Nápoles y a aceptar una tregua de tres años mientras el reino permanecía en poder de los Reyes Católicos.


El Gran Capitán tras la batalla de Ceriñola


El Gran Capitán había alcanzado la cúspide de su carrera, ya que su talento militar había conquistado un reino para la corona española y que todo indicaba que él iba a administrar.

Fernando el Católico, que era receloso por naturaleza, había empezado a sospechar de algunos gestos de su general, que parecía comportarse como si él fuera el soberano. Ésta situación se agravó en el momento en que el rey le pidió explicaciones por sus enormes gastos y la orgullosa respuesta que el Gran Capitán le dio al soberano; no obstante en 1505, el monarca lo nombró virrey de Nápoles.

Pero en 1506, tras un viaje que el rey hizo a Nápoles tomó la decisión de destituir al Gran Capitán. Sus celos personales y la decisión de cambiar la forma de gobierno en favor de los barones napolitanos profranceses, lo llevaron a dar ese paso.

Pese a ello trató al Gran Capitán sin desdoro: a los títulos de duque de Terranova y marqués de Santangelo y Bitonto, añadió el de duque de Sessa.

Pese a que nunca había traicionado a su rey, su independencia de criterio lo condenó a un retiro dorado en Loja, acaso el peor destino para él debido a su personalidad.

Unos años después Fernando el Católico volvía a oponerse al pedido de Julio II y Venecia para que Fernando Gonzales dirigiera la las tropas de la Liga Santa creada para combatir a Luis XII.

Finalmente, el Gran Capitán falleció en Granada, acompañado por su familia y algunos amigos, el 2 de diciembre de 1515, sin haber vuelto a participar en política activa.


FUENTE: HISTORIA, National Geographic - Número 40








ZENOBIA, LA REINA DE PALMIRA

Culta y ambiciosa, Zenobia desafió el poder de Roma en el intento de ensanchar hacia Oriente los confines de su imperio

La Última mirada de la reina Zenobia sobre Palmira (pintura de Herbert Gustave Schmalz 1888)

Las noticias sobre el ascenso al trono de Zenobia, son pocas e inciertas. La ciudad-oasis de Palmira, importante centro comercial y caravanero, en las márgenes occidentales del desierto sirio, en el 266 d.C., estaba en el apogeo de su esplendor cuando, tal como reproducen algunas fuentes literarias, la misma Zenobia urdió un complot en el cual perdió la vida su marido Odenat, rey de Palmira y general de gran valor, para convertirse así en la única detentadora del poder.


Ruinas de la ciudad de Palmira



Palmira, incorporada al Imperio Romano por Trajano en el 114 d.C., era ya desde hacía tiempo uno de los centros de tráfico comercial del cercano Oriente. Sobre ellos se fundaba el poder político de los oasis, encrucijada para los mercaderes que atravesaban el insidioso desierto de Siria.


Durante el reinado de Odenat, la ciudad extendió su control hasta Siria, Palestina, Mesopotamia y quizá Armenia. Sin embargo, hasta Zenobia Palmira no alcanzó el apogeo de su expansión territorial y de su esplendor artístico: las ruinas testimonian hoy la existencia de termas, templos y palacios de gran valor arquitectónico.

Zenobia dirigiéndose a sus soldados


La reina del desierto es recordada como mujer de cultura poco común: se cuenta que sabía hablar griego, latín y el egipcio antiguo, y que hombres de letras y filósofos griegos frecuentaban el círculo cultural fundado por ella. Pero su habilidad, contribuyó a hacer centrar su nombre en la historia.


Al año siguiente de su coronación ocurrida en el 267, se alió con los persas y, aprovechando las dificultades de Roma, comprometida en al frontera danubiana, se anexionó algunas provincias limítrofes pertenecientes al Imperio. Desde aquel momento tomó forma su sueño de extender los confines de su reino hacia Oriente.

En el 269, cayó también Egipto, y al noroeste Palmira llegó a controlar gran parte de la actual Turquía. La ambiciosa reina, envanecida por sus éxitos militares, hizo construir entonces un carro triunfal prefigurando su victoriosa entrada en Roma. Para el emperador Aureliano, ascendido al trono en el 270, la injerencia de Palmira se convirtió en uno de los principales problemas.

Las legiones partieron primero hacia Egipto, luego hacia el Asia Menor, y por doquier obtuvieron el apoyo de las poblaciones locales, cansadas de la opresiva política de la reina. Los enfrentamientos entre Aureliano y Zenobia se desarrollaron siempre en perjuicio de esta última, que se vió obligada a retirarse hacia Palmira. La reina huyó de la ciudad agotada por el asedio para pedir ayuda al rey de Persia desafiando el desierto a lomos de dromedario. Alcanzada por los romanos a orillas del Éufrates, fue hecha prisionera y mostrada a su pueblo ante los muros de la ciudad.

Zenobia ante el emperador Aureliano



Entonces Palmira cayó en manos de sus enemigos: los muros fueron destruidos y el saqueo de sus tesoros se convirtió en el premio para las exhaustas legiones. En Roma, Zenobia tuvo que sufrir una gran humillación: fue arrastrada, bajo el peso de sus joyas, para asistir al triunfo de Aureliano.


A pesar de las culpas que le achacan los historiadores, Zenobia se benefició de la indulgencia del emperador, que le perdonó la vida y le permitió asentarse en una villa cercana a Tívoli donde vivió sus últimos años como una matrona romana.



MASADA, EL ÚLTIMO BASTIÓN DE LA RESISTENCIA JUDÍA

La roca de Masada, situada a unos 5km de la orilla occidental del mar Muerto, fue el escenario de uno de los episodios más dramáticos de la antigua historia hebrea y de la conquista romana de Oriente Próximo.


Ocupación romana

Los romanos habían ocupado la región palestina a mediados del siglo I a.C., derrocando a la dinastía de los macabeos. De todos modos, su dominio nunca fue tranquilo, por cuanto se sucedieron numerosas rebeliones de los judíos hasta que, en el 66 d.C., estalló la gran revuelta que, durante cuatro años, llevó la guerra a toda la región y en la que el ejército romano tuvo que empeñarse duramente. La rebelión judía fue aplacada por Tito, el futuro emperador, quien en el 70 d.C. conquistó Jerusalén, abandonándola al saqueo de sus soldados y destruyéndola por completo, sin salvar siquiera el templo, símbolo de la religión hebrea.


Para las victorias en tierras judías, Tito celebró en Roma, en el 71 d.C., un gran triunfo, exhibiendo a sus conciudadanos incluso los objetos sagrados del templo de Jerusalén.

La rebelión judía

En realidad, cuando Tito celebró su triunfo, no toda Palestina estaba conquistada. Un millar de rebeldes resistían todavía encerrados en la fortaleza de Masada. Este grupo de judíos se había adueñado del bastión en el 66 d.C., expulsando a la guarnición romana y permaneciendo allí durante todo el período de la revuelta judía.
En el 72 d.C., el gobernador romano de Palestina, Flavio Silva, decidió eliminar este bastión de la resistencia y marchó hacia Masada con la X Legión.
Flavio Silva asedió la colina de Masada, de unos 300 m de altura, protegida por todos los lados por paredes rocosas verticales. Silva hizo construir alrededor de la roca un muro con once torres y ocho campos atrincherados, cuyos restos siguen siendo visibles todavía en la actualidad, para impedir la fuga de los asediados.


Partiendo de un espolón rocoso situado cerca del acceso occidental a la fortaleza, no lejos del campamento principal, el gobernador hizo construir una altísima rampa de tierra batida y de piedra, que aún hoy es el acceso principal de Masada y desde la cual le fue posible atacar la ciudadela. Mientras que desde una torre de madera colocada sobre la rampa algunos soldados romanos atacaban a los sitiados con lanzamientos de piedras efectuados por las catapultas, desde abajo, otros soldados con ariete intentaban derribar los muros. Los sitiados intentaron defenderse del ataque reforzando los bastiones por un terraplén sostenido por una estructura de madera, pero los romanos, lo incendiaron arrojándole flechas con fuego. El incendio se propagó, gracias al viento favorable, hasta el interior de la fortaleza. Tras verse perdidos, los ocupantes decidieron, por sugerencia de su comandante Eleazar, quitarse la vida para no caer con sus familias en manos de los romanos.


"Cuando se encontraron frente a esta gran cantidad de cadáveres tendidos, no se mostraron exultantes por haber aniquilado al enemigo, sino que experimentaron admiración por el noble propósito y por el desprecio de la muerte con la que esta multitud había actuado". Con estas palabras, el historiador judío Flavio Josefo, inicialmente jefe de la resistencia hebrea y posteriormente partidario de la política de los emperadores Vespasiano y Tito, narra la profunda impresión que suscitó en los romanos el suicidio en masa de la totalidad de los ciudadanos de Masada.